quarta-feira, 26 de setembro de 2007

E o trabalho ainda é a base...

Direitos dos trabalhadores: um tema para Arqueólogos ? (por eduardo galeano)

Mais de 90 milhões de clientes visitam, cada semana, o Shopping Wal-Mart. Nesta empresa, contudo, mais de 900 mil empregados tem proibida a filiação a qualquer sindicato. Quando a algum destes ocorre a idéia, passa a ser um desempregado a mais. A exitosa empresa nega, sem pestanejar, um dos direitos humanos proclamados pelas Naciones Unidas: a liberdade de associação. O fundador do Wal-Mart, Sam Walton, recebeu em 1992 a Medalha da Liberdade, uma das mais altas condecorações dos Estados Unidos.
Um de quatro adultos norte-americanos, e nove em cada dez crianças, engolem nas lanchonetes McDonald’s a comida plástica que os engorda. Os trabalhadores do McDonald’s são tão descartáveis como a comida que servem: os pica a mesma máquina. Tampouco eles tem o direito de sindicalizar-se.
Na Malásia, onde os sindicatos de trabalhadores existem e são atuantes, as empresas Intel, Motorola, Texas Instruments y Hewlett Packard conseguiram contornar essa moléstia, pois o governo deste país declarou “union free,” livre de sindicatos, todo o setor eletrônico.
Tampouco tiveram possibilidade de sindicalizar-se as 190 trabalhadoras que morreram queimadas na Tailândia, em 1993, trancadas dentro de um galpão que foi, propositalmente, fechado do lado de fora. Essas obreras fabricavam os bonecos de Sesame Street, Bart Simpson e dos Muppets.
Bush e Gore coincidiram, durante a campanha eleitoral do ano passado (2000), pois expressaram a mesma necessidade de seguir impondo ao mundo o modelo norte-americano de relações trabalhistas «Nosso estilo de trabalho», como eles o chamaram, é que está marcando o passo da globalização que avança com botas de sete léguas e chega até aos mais recônditos rincões do planeta.
A tecnologia, que aboliu as distâncias, permite agora que um trabalhador da Nike na Indonésia tenha que trabalhar cem mil anos para ganhar o que ganha, em um ano, um executivo da Nike nos Estados Unidos, e que um trabalhador da IBM nas Filipinas fabrique computadores que ele não pode comprar. É a continuação da época colonial, em una escala jamais conhecida.
Os pobres do mundo seguem cumprindo sua função tradicional: proporcional braços baratos e produtos baratos, ainda que agora produzam bonecos, sapatos esportivos, computadores ou instrumentos de alta tecnologia, além de produzir, como antes, caucho, arroz, café, açúcar e outras coisas malditas para o mercado mundial.
Desde 1919, foram firmado 183 convênios internacionais que regulam as relações de trabalho no mundo. Segundo a Organização Internacional do Trabalho, desses 183 acordos a Francia ratificou 115, a Noruega 106, a Alemanha 76 e os Estados Unidos... 14. O país que encabeça o processo de globalização só obedece suas próprias ordens. Assim garantiram suficiente impunidade ás grandes corporações, que partiram em busca de mão de obra barata e da conquista de territórios que as industrias sujas podem contaminar com seus subprodutos. Paradoxalmente, este país que não reconhece mais lei e que adota a idéia de que a lei do trabalho está fora de do ordenamento jurídico, agora diz que não há mais remédio que incluir «cláusulas sociais» e de «proteção ambiental» nos acordos de livre comercio. O que seria da realidade sem a publicidade que a mascara?
Essas cláusulas são meros impostos que o vicio paga a virtude com cargo al rubro relaciones públicas, pero la sola mención de los derechos obreros pone los pelos de punta a los más fervorosos abogados del salario de hambre, el horario de goma y el despido libre. Desde que Ernesto Zedillo dejó la presidencia de México, pasó a integrar los directorios de la Union Pacific Corporation y del consorcio Procter & Gamble, que opera en 140 países. Además, encabeza una comisión de las Naciones Unidas y difunde sus pensamientos en la revista Forbes: en idioma tecnocratés, se indigna contra «la imposición de estándares laborales homogéneos en los nuevos acuerdos comerciales». Traducido, eso significa: arrojemos de una buena vez al pote de la basura toda la legislación internacional que todavía protege a los trabajadores. El presidente jubilado cobra por predicar la esclavitud. Pero el principal director ejecutivo de General Electric lo dice más claro: «Para competir, hay que exprimir los limones». Los hechos son los hechos.
Ante las denuncias y las protestas, las empresas se lavan las manos: yo no fui. En la industria postmoderna, el trabajo ya no está concentrado. Así es en todas partes, y no solo en la actividad privada. Los contratistas fabrican las tres cuartas partes de los autos de Toyota. De cada cinco obreros de Volkswagen en Brasil, sólo uno es empleado de la empresa. De los 81 obreros de Petrobras muertos en accidentes de trabajo en los últimos tres años, 66 estaban al servicio de contratistas que no cumplen las normas de seguridad. A través de trescientas empresas contratistas, China produce la mitad de todas las muñecas Barbie para las niñas del mundo. En China sí hay sindicatos, pero obedecen a un Estado que en nombre del socialismo se ocupa de la disciplina de la mano de obra: «Nosotros combatimos la agitación obrera y la inestabilidad social, para asegurar un clima favorable a los inversores», explicó recientemente Bo Xilai, secretario general del Partido Comunista en uno de los mayores puertos del país.
El poder económico está más monopolizado que nunca, pero los países y las personas compiten en lo que pueden: a ver quién ofrece más a cambio de menos, a ver quién trabaja el doble a cambio de la mitad. A la vera del camino están quedando los restos de las conquistas arrancadas por dos siglos de luchas obreras en el mundo.
Las plantas maquiladoras de México, Centroamérica y el Caribe, que por algo se llaman “sweat shops,” talleres del sudor, crecen a un ritmo mucho más acelerado que la industria en su conjunto. Ocho de cada diez nuevos empleos en Argentina están «en negro», sin ninguna protección legal.
Nueve de cada diez nuevos empleos en toda América latina corresponden al «sector informal», un eufemismo para decir que los trabajadores están librados a la buena de Dios. La estabilidad laboral y los demás derechos de los trabajadores, ¿serán de aquí a poco un tema para arqueólogos? ¿No más que recuerdos de una especie extinguida?
En el mundo al revés, la libertad oprime: la libertad del dinero exige trabajadores presos de la cárcel del miedo, que es la más cárcel de todas las cárceles. El dios del mercado amenaza y castiga; y bien lo sabe cualquier trabajador, en cualquier lugar. El miedo al desempleo, que sirve a los empleadores para reducir sus costos de mano de obra y multiplicar la productividad, es, hoy por hoy, la fuente de angustia más universal. ¿Quién está a salvo del pánico de ser arrojado a las largas colas de los que buscan trabajo? ¿Quién no teme convertirse en un «obstáculo interno», para decirlo con las palabras del presidente de la Coca-Cola, que hace un año y medio explicó el despido de miles de trabajadores diciendo que «hemos eliminado los obstáculos internos»?
Y en tren de preguntas, la última: ante la globalización del dinero, que divide al mundo en domadores y domados, ¿se podrá internacionalizar la lucha por la dignidad del trabajo? Menudo desafío.

*n sei pq a tradução não foi completa, mas tem o livro em português pra quem tiver interesse.

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